Detener el tiempo

Quiero huir... huir del cemento bajo mis pies, del laberinto cuadrado que limita mi caminar con muchas esquinas, carros y edificios, de los árboles recién plantados que están tan bien podados que parecen plásticos, de las pantallas, los teclados y los controles remotos.

Quiero poder cerrar mis ojos sin percibir la claridad de los bombillos, descansar sin el tic tac de los relojes, respirar sin nubes grises que me intoxiquen y mirar a mi alrededor sin ver paredes, ni rejas, ni vidrios.

Pero sobre todas las cosas quiero... quiero con todas mis fuerzas poder mirarte a los ojos a la luz de las estrellas, besarte sin pensar en cuánto tiempo ha pasado, y cuantas cosas estamos dejando de lado para pasar un rato juntos, cosas que luego tendremos que hacer en poco tiempo y con mucha prisa.

Quiero detener el mundo para que una noche contigo sea un instante eterno.



Suaves manos 
extienden tus besos
sobre toda mi piel...
me estremezco.

No es la luna llena
la que me corta la respiración
son tus ojos, tu sonrisa maliciosa
que me revuelca en el tiempo.

En el calor de tu pecho
me embriago, me envuelvo
deshaciendo tu cuerpo
con mis labios despiertos.

Renacer

Corrí por un sendero de yerberas de colores, busqué entre sus pétalos y sólo vi insectos, una mariquita y un par de hormigas que batallaban por encontrar comida.

Jugué a ser cangrejo, y me escabullí por un agujero en la arena, recorrí todo el túnel y cuando llegué al final... el dueño de aquella cueva me ahuyentó con sus enormes tenazas.

Nadé entre arrecifes de coral, me sumergí hasta lo más profundo y sólo vi peces, hermosos peces de colores y una langosta que se escondía entre la flora marina.

Entré en tu cuarto y revolqué tus libros, me envolví en tus sábanas recordando tu aroma, exploré tu armario colándome entre tu ropa... y nada de tí...nada...


Exhausta, a punto de rendirme caminé al parque me senté sobre las hojas secas... ya habían muerto mis esperanzas de volverte a ver, te había perdido para siempre... me solté el cabello, como a ti te encantaba y empecé a llorar, torrencialmente, hasta sacar todo el dolor que me causaba tu ausencia.

Abrí mis ojos, aún nublados por las lágrimas y vi el charquito que se había formado en la tierra. Me limpié el rostro para observar el cúmulo de agua con detenimiento... empezaste a emerger, a reconstruirte de mis lágrimas, mis recuerdos, nuestros, besos, abrazos y caricias. Esa tarde te abracé con tanta fuerza y me besaste tan suavemente, que sentí que renací... renacimos.

Desbocado


Mi cuerpo ha adquirido vida propia
se agita sólo, llora sólo,
me pone muy triste en un segundo.

 Me falla la propiocepción,
todo se me cae, 
la comida... las sonrisas.

Todos los objetos son un arma...
me golpeo en cualquier mueble
hasta me tropiezo más de lo habitual.

Inútil... estúpida...
no sé cuál es la palabra
pero siento que mi cuerpo se ha desbocado,
ya he dejado de controlarlo.

Hibernaban


Días grises azotaban la capital de Perú... Lima amanecía con un cielo nublado, empalidecido, triste y desolador, y se acostaba con el mismo cielo. No habían atardeceres multicolor, la primavera había llegado sólo como un nombre dedicado a unos cuantos meses, pero sin el amor en el aire, sin el color vibrando por doquier.

La caras se veían serias, frías, con la mirada caída... los cuerpos dejaban una enorme distancia entre ellos, no habían manos acariciándose, labios besándose, ni enamorados mirándose a los ojos.

Un hombre caminaba lentamente, con la mirada en el suelo, y las mejillas caídas, como si toda su vida hubiese estado enfadado y la mueca se le quedara grabada en las arrugas.

Una mujer veía el cielo y fruncía el ceño, la claridad la obligaba a arrugar la cara para mirar sin lastimarse los ojos. La calle se convertía en un vaivén de muecas, de máscaras construidas por un clima inhóspito, por montañas café... áridas.

Sólo las flores salían a saludar en pequeñas islas a lo largo de la ciudad, parques y jardines hermosamente verdes, con flores de colores vivos, intensos, como salidas de una floristería. Jardineros pasaban podándolas, abonándolas, regándolas... mimándolas. Eran la fuente de vitalidad de la ciudad, el color carente en el cielo.

Ese día amaneció como cualquier otro, gris claro, con un tinte de tristeza en el aire. Pero cerca del medio día empezaron a disiparse las nubes, dejando al descubierto un increíble cielo azul y un sol radiante, calentándome el rostro que había permanecido helado por mucho tiempo.

Esa tarde las muecas de los rostros se deshicieron cual hielo puesto al sol, y fueron apareciendo poco a poco las sonrisas, los besos, las caricias, los niños jugando en las calles, la vida escondida en sus interiores, que hibernaba protegiéndose del frío.

Doncella Inca


La trajeron cuando aún era muy pequeña, sólo 8 añitos tenía cuando vino a Acllawasi (templo de las doncellas). Hija de nobles, criada entre abundancias y luego obligada a ser recluida en éste templo. 

Aquí pasó sus días entre mujeres, aprendiendo a tejer, a teñir, a hacer prendas hermosas para que Inca y sus esposas pudieran lucirlas. ¿Qué le podría provocar orgullo que saber que el Inca había escogido sus trajes?

Siempre pulcra, vestía hermosos trajes que ella misma hacía, que resaltaban su belleza natural que hubiese encantado a cualquiera. Pero nunca ningún hombre la vio luego de entrar en Acallawasi, pues era necesario asegurar que aún era virgen, sino no podía ser sacrificada a los Dioses en ofrenda a ellos y mucho menos podría aspirar a ser concubina de Inca.

Ese día comenzó a temblar muy fuerte, tanto que pensaron que el templo se les caería encima. Y antes de que cesara el primer temblor ya habían llegado a buscarlas... las doncellas vírgenes que serían sacrificadas para aplacar la furia de los Dioses. Había llegado su hora, el motivo de su existencia.

La escoltaron junto con otras 5 mujeres hacia el gran templo de Pachacamac (al gran Dios del agua), que era el templo principal de aquel sitio.

Cuando llegaron a la cima de la gran montaña pudo observar por primera vez el gran templo. Había cambiado mucho la gran montaña desde que ella entró en Acallawasi, no conocía a nadie, se sentía un poco perdida y desorientada. Algo tenía la chicha morada de ese día, porque le supo un tanto extraña.

Una vez que estuvo en el altar de los sacrificios escuchó un grito muy fuerte, luego la tomaron por el brazo y la bajaron del altar.

- Aaalllttooo!! Deténganse, traigan a otra doncella porque a esta la quiero para mi, de ahora en adelante será mi concubina.

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