La brisa en mi cabello me hace ver sublime ante sus ojos, mi sonrisa inocente y traviesa lo enloquece tanto, como a mí su mirada. Los destellos de luz que entran por los costados de la gran cortina naranja de mi cuarto, y se posan sobre mi silueta aún desnuda lo hacen regocijarse en deseo, mientras sorbe el último trago de ron que le serví hace un par de minutos.
Se va quedando dormido, casi instantáneamente el somnífero termina de hacerle efecto. Veo el reloj: La una de la madrugada. Justo a tiempo.
Me visto muy rápidamente, ya me deben estar esperando abajo en la camioneta, y el tiempo es oro en éste asunto. ¿Qué será hoy: un banco, un millonario, un museo...?
Cambio de planes, hoy hay más diversión. Llegamos a una mansión enorme, el número 4 se queda en la puerta desactivando las alarmas de la alcoba principal. El número 1 y yo (la número 2) entramos a la casa, y el número 3 se queda en la camioneta aguardándonos con el motor encendido.
El silencio es sepulcral, y aún con los disparos no se inmutó nada en aquella casa, los silenciadores de las armas nos invisibilizaron en aquel lugar, como si nada hubiese pasado. ¿Quiénes eran ellos? Ni idea, sólo hago el trabajo sin preguntas y recibo el dinero a cambio.
Vuelvo a mi habitación de cortinas naranja, escurriéndome con el alba que ya se empieza a divisar; y él continúa dormido, inocente, ignorante en su felicidad...