Ahí está, tirado en mi cama,
deshaciéndose en mis sábanas,
bañándolas con el chocolate de su piel,
invitándome a probarlo.
Yace quieto, desnudo,
tentándome a lanzármele encima
y succionar lentamente
el jarabe de sus venas,
morder sus suaves labios,
jugar con ellos, saborearlos.
Yo sigo aún de pie
al lado de la cama,
sólo lo observo con ansia,
con hambre implacable de probarlo.
Alza su rostro
y sus ojos de almendra me miran,
sus labios son tan rojos
que juraría que son un par de cerezas maduras.
- ¿No vas a venir?
Al concluir la frase...
mi ropa ya estaba en el suelo.
Empecé a degustarlo, a probarlo,
a morderlo, a comerlo,
hasta el acabármelo...