Cuando entré aquella noche él ya se había ido, Ana estaba en la esquina de su cuarto con un ojo muy hinchado, el labio roto y una herida en el brazo que no dejaba de sangrar. El amor que alguna vez sintió por él, al darle el sí en el altar, no podrá jamás compararse a la rabia tan inconmensurable que sentía en aquel momento, al verse destruída, derrumbada por fuera y por dentro.
Al verme agachó la mirada, no estaba llorando, no quiso darle ese gusto a él. Caminé hacia ella, la abracé, ahora mi ropa tenía el tinte de su sufrimiento también.
Abrí la puerta del armario, saqué un paño y lo amarré fuerte a su brazo para detener el sangrado. Corrí a la cocina, llené un tazón con agua, y regresé a limpiarle las heridas, aunque sabía que las heridas más profundas sólo el tiempo las iba a sanar.
La ambulancia ya venía en camino, la llamé de mi casa al oír los gritos de Ana. Extrañamente llegó rápido, siempre duran mucho.
Le hicieron 7 puntadas en el brazo y dos en el labio. Tenía una costilla quebrada, y su integridad despedazada.
Al día siguiente pasé por las afueras del culto, y él estaba allí. Es tan sínico que aún sigue predicando como si nada pasara, hablando de su Dios, aconsejando a otros... que no tienen idea de la verdad detrás de aquel hombre.
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4 Reflejados:
(...), no estaba llorando, no quiso darle ese gusto a él.
Permíteme que me quede con eso.
Con los lavados, la ropa se va destiñendo.
Un beso, Nayu :)
Esto se aleja de tus reflexiones habituales. Es una buena incursión en el relato, y a buen ritmo.
Ojalá nunca hubieran realidades como estas que descubrir, que fuesen sólo malos sueños o ilusiones desesperanzadas.
Besos
por dicha, esto no es autobiográfico!
Pero que pasa, pasa...
En efecto, me gustó mucho el relato tiene unas frases bellas, y un ritmo bien amigable para leerlo....
Avanti con esas letras!
:) que suerte que a mis lectores más frecuentes les gusten mis arrebatos de escribir historias...
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